En realidad lo encuentro muy malo.. y no para ke digan " kiere ke le digan ke es bueno" no es malo y lo diré por la siguiente razón... lo realizé sin sentirlo, es una historia totalmente fuera de mi y además es muy cliché.... quizás así sea yo O.O.. jajaja
acá va = ... lo escribi el año pasado..
Mi Árbol
Busco debajo de mi cama, y como siempre ahí está, en realidad las cosas no han cambiado mucho desde que llegué, hace 42 años, me pregunto si seguiré así, quizás hoy sea el día en que todo cambie, por eso merece una buena música. Buscaba mi cassette de “A Collection of Beatles' Oldies”, lo tengo guardado para grandes momentos. Me lo regaló Victoria para una navidad, la navidad del ’66. Aún recuerdo cuando me entregó el regalo, puso en mis manos el paquete, sus ojos brillaron con las lágrimas, y dijo “Adiós”, nunca entendí, pero tampoco tuve la posibilidad de preguntarle, ella se había ido.
“Toc - toc”, golpeo la puerta, la abren. Un señor, de los tres que hay, me mira fijamente, tiene una mirada penetrante, es de esas miradas que da la impresión que pueden leer tus pensamientos, te sientes desnudo ante ellas. Pero no tengo ya nada que esconder. Me hace unas preguntas de rutina, en realidad no sé qué esperan que conteste, después de todo, da lo mismo si me rechazan o no, porque no depende de mis respuestas, solo depende de ellos y cuán dispuestos estén a darme una oportunidad. El señor me dice que debo esperar hasta la tarde, alrededor de las 4, para saber los resultados, yo me levanto de la silla y me encamino a la puerta, la abro y miro a los hombres, la cierro y no miro hacia atrás. Solo la he visto cinco veces en mi vida, espero que esta sea la última.
Me siento en el patio a esperar, me estiro y respiro, hace años que no respiraba este aire, aire fresco. Recuerdo que ando con mi personal estereo, pongo “play” y comienza la canción. Me transporto a mi juventud a esas veces en que me sentaba en la terraza, con mi hermano, a tomar el cálido sol, a conversar desde porque Victoria era tan bella, hasta cómo seríamos cuando grandes, pero lejos las mejores conversaciones eran aquellas en que no hablábamos, solo sentíamos cómo el viento rozaba nuestros cuerpos, nuestras caras, nuestros cabellos ondulados y colorines que se movían a ritmo, ahora ni siquiera tengo cabello o el poco que me queda es blanco. Ha pasado tanto tiempo, mucho ha cambiado, pero claro, menos el viento, él nunca cambia.
Ya ha finalizado al cassette cuando despierto y descubro que en una hora me dan el resultado. No tengo mucho que hacer, si es que me doy una vuelta por el lugar hasta que llego a un árbol muy especial, fue el árbol donde enterraron a don Carlos, al más viejo de nosotros, murió sin ser aceptado, ¿Me esperará eso a mi?. Don Carlos era un hombre muy enérgico, pero se notaba que estaba agotado, él plantó el árbol que ahora es su tumba, quizás él siempre supo que ese era su fin, por ello le otorgaba cuidados especiales, le cuidaba, le hablaba, le regaba, le respetaba, y de alguna manera nosotros también le tomamos respeto el árbol se convirtió en nuestro bebé Carlitos, como le apodamos. Estaba admirando a Carlitos, cuando alguien me llama, dice que ya dieron la respuesta, se demoraron menos de lo esperado.
Me acerco otra vez a la puerta, otra vez están los tres hombres, y otra vez uno de ellos me mira haciéndome sentir desnudo. Me entregan un sobre, pensé que jamás que llegaría a tal punto, sentía una leve ansiedad en el estómago que lentamente se comienza a transmitir a todo el cuerpo a través se una ola de calor-frío, terminado en un leve temblor de manos y un frío en la nuca. Abro el sobre a penas, veo la hoja, intento leerla, pero las letras se me corren, hasta que doy con el timbre que dice “Aceptado”. Era libre, soy libre. Miro con sorpresa a los señores y ellos corresponden con una sonrisa, quizás qué cara tenía que uno me preguntó si me sentía bien y si deseaba una vaso de agua. Solo digo “Gracias” y me doy media vuelta, salgo y me doy el gusto de mirar la puerta por última vez y pienso “Tú ya no me mandas”, salgo y no la cierro.
Voy a buscar mis cosas a mi celda, me despido de todos aquellos que me hicieron compañía, aunque pocos han durado tanto como yo, me doy una vuelta por el patio y me despido de Carlitos, cuando justo se le cae un hermoso durazno, como es de esperar, lo tomo y lo llevo conmigo.
Un guardia me dirige a La Puerta Pequeña, que es la salida de todos aquellos que han sido aceptados, todos soñamos salir por esta puerta, en ese momento salía yo. Al el poner pie en la tierra del exterior siento como ese aire, ese viento vuelve hacia mi, pero esta vez me renueva, me recorre con la intención de bañarme con su frescura, deseo abrazar al guardia para que conozca mi felicidad, pero no lo hago, porque ahora soy otro, soy nuevo.
En estos momentos estoy con el árbol que nació del durazno de Carlitos, aún es pequeño, pero lo quiero, lo cuido y le converso, ahora entiendo a Carlos. Ahora pienso que solo moriré cuando Mi Árbol este preparado para recibirme.
Busco debajo de mi cama, y como siempre ahí está, en realidad las cosas no han cambiado mucho desde que llegué, hace 42 años, me pregunto si seguiré así, quizás hoy sea el día en que todo cambie, por eso merece una buena música. Buscaba mi cassette de “A Collection of Beatles' Oldies”, lo tengo guardado para grandes momentos. Me lo regaló Victoria para una navidad, la navidad del ’66. Aún recuerdo cuando me entregó el regalo, puso en mis manos el paquete, sus ojos brillaron con las lágrimas, y dijo “Adiós”, nunca entendí, pero tampoco tuve la posibilidad de preguntarle, ella se había ido.
“Toc - toc”, golpeo la puerta, la abren. Un señor, de los tres que hay, me mira fijamente, tiene una mirada penetrante, es de esas miradas que da la impresión que pueden leer tus pensamientos, te sientes desnudo ante ellas. Pero no tengo ya nada que esconder. Me hace unas preguntas de rutina, en realidad no sé qué esperan que conteste, después de todo, da lo mismo si me rechazan o no, porque no depende de mis respuestas, solo depende de ellos y cuán dispuestos estén a darme una oportunidad. El señor me dice que debo esperar hasta la tarde, alrededor de las 4, para saber los resultados, yo me levanto de la silla y me encamino a la puerta, la abro y miro a los hombres, la cierro y no miro hacia atrás. Solo la he visto cinco veces en mi vida, espero que esta sea la última.
Me siento en el patio a esperar, me estiro y respiro, hace años que no respiraba este aire, aire fresco. Recuerdo que ando con mi personal estereo, pongo “play” y comienza la canción. Me transporto a mi juventud a esas veces en que me sentaba en la terraza, con mi hermano, a tomar el cálido sol, a conversar desde porque Victoria era tan bella, hasta cómo seríamos cuando grandes, pero lejos las mejores conversaciones eran aquellas en que no hablábamos, solo sentíamos cómo el viento rozaba nuestros cuerpos, nuestras caras, nuestros cabellos ondulados y colorines que se movían a ritmo, ahora ni siquiera tengo cabello o el poco que me queda es blanco. Ha pasado tanto tiempo, mucho ha cambiado, pero claro, menos el viento, él nunca cambia.
Ya ha finalizado al cassette cuando despierto y descubro que en una hora me dan el resultado. No tengo mucho que hacer, si es que me doy una vuelta por el lugar hasta que llego a un árbol muy especial, fue el árbol donde enterraron a don Carlos, al más viejo de nosotros, murió sin ser aceptado, ¿Me esperará eso a mi?. Don Carlos era un hombre muy enérgico, pero se notaba que estaba agotado, él plantó el árbol que ahora es su tumba, quizás él siempre supo que ese era su fin, por ello le otorgaba cuidados especiales, le cuidaba, le hablaba, le regaba, le respetaba, y de alguna manera nosotros también le tomamos respeto el árbol se convirtió en nuestro bebé Carlitos, como le apodamos. Estaba admirando a Carlitos, cuando alguien me llama, dice que ya dieron la respuesta, se demoraron menos de lo esperado.
Me acerco otra vez a la puerta, otra vez están los tres hombres, y otra vez uno de ellos me mira haciéndome sentir desnudo. Me entregan un sobre, pensé que jamás que llegaría a tal punto, sentía una leve ansiedad en el estómago que lentamente se comienza a transmitir a todo el cuerpo a través se una ola de calor-frío, terminado en un leve temblor de manos y un frío en la nuca. Abro el sobre a penas, veo la hoja, intento leerla, pero las letras se me corren, hasta que doy con el timbre que dice “Aceptado”. Era libre, soy libre. Miro con sorpresa a los señores y ellos corresponden con una sonrisa, quizás qué cara tenía que uno me preguntó si me sentía bien y si deseaba una vaso de agua. Solo digo “Gracias” y me doy media vuelta, salgo y me doy el gusto de mirar la puerta por última vez y pienso “Tú ya no me mandas”, salgo y no la cierro.
Voy a buscar mis cosas a mi celda, me despido de todos aquellos que me hicieron compañía, aunque pocos han durado tanto como yo, me doy una vuelta por el patio y me despido de Carlitos, cuando justo se le cae un hermoso durazno, como es de esperar, lo tomo y lo llevo conmigo.
Un guardia me dirige a La Puerta Pequeña, que es la salida de todos aquellos que han sido aceptados, todos soñamos salir por esta puerta, en ese momento salía yo. Al el poner pie en la tierra del exterior siento como ese aire, ese viento vuelve hacia mi, pero esta vez me renueva, me recorre con la intención de bañarme con su frescura, deseo abrazar al guardia para que conozca mi felicidad, pero no lo hago, porque ahora soy otro, soy nuevo.
En estos momentos estoy con el árbol que nació del durazno de Carlitos, aún es pequeño, pero lo quiero, lo cuido y le converso, ahora entiendo a Carlos. Ahora pienso que solo moriré cuando Mi Árbol este preparado para recibirme.